Durante los últimos meses
hemos visto escenas en las fronteras de Europa que nos han conmovido y que nos
han avergonzado. Pero sobre todo parece que el drama de los refugiados existe
desde el pasado 2 de septiembre cuando desayunamos con la imagen de Aylan Kurdi
que como un puñetazo inesperado se nos coló a través de nuestras pantallas. Ese
es el nombre del niño de tres años que con su trágica muerte, (murió además su
hermano de cinco años y su madre de 35 años), ha puesto rostro al drama de
millares de personas refugiadas que buscan conseguir asilo como única vía de
huída de la guerra en su país de origen.
Abordar este drama significa la constatación de un fracaso social como humanidad que parece renunciar a la convivencia en un mundo ahora globalizado. ¿Cómo es posible que retrocedamos casi un siglo para sufrir el mayor drama de refugiados vivido en Europa desde
Sin embargo, tras el
lamento inicial, no cabe ponerse de perfil y ahora solo nos queda contribuir a paliar
esta situación dando lo mejor de nosotros mismos.
Seamos sinceros, no nos
engañemos, estamos en realidad ante un problema que tiene varias causas y no
solamente, como quizá se repite con demasiada facilidad, de cariz humanitario o
sentimental. Por eso, para mejorar entre todos, es necesario introducir en el
debate elementos críticos sobre la cuestión de fondo, sobre cómo Europa y
España han gestionado esta crisis. Compartiremos que hemos llegado tarde y mal.
La crisis de los
refugiados ha puesto de manifiesto que no existe un verdadero sistema de asilo
europeo. Lo sabíamos y ello nos obliga a avanzar hacia una verdadera política
común en esta materia que hoy por hoy no
existe. En el caso español, la crisis de asilo y refugio pone particularmente de
manifiesto las debilidades estructurales de nuestro sistema en un momento en
que el mundo se enfrenta al mayor nivel de desplazamiento forzado de la
historia - 60 millones de víctimas entre refugiados, solicitantes de asilo y
desplazados internos - . ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para las
personas refugiadas), enfatiza que “el asilo debe ser sacrosanto y honrado como
la expresión más profunda de humanidad”.
La crisis democrática, es
otra de las consecuencias del drama de las personas refugiadas al manifestarse
este en nuestras sociedades occidentales como un problema desbordado.
¿Entendemos el mundo en qué vivimos? Tal vez sí, pero no hemos querido afrontar
sus desafíos. Vivimos en un mundo globalizado y los grandes desplazamientos de
población, que siempre han existido, se han convertido ahora en algo visible y
escandaloso porque se cuela dentro de nuestros hogares. No se puede esconder
debajo de la alfombra de la “República Independiente de mi casa”, porque
vivimos en un mundo interconectado en el que las decisiones, también las de
consumo, que tomamos cada una de nosotras afectan al resto de personas, se
encuentren donde se encuentren. Debemos comprender que hay dinámicas en el
planeta que generan injusticia e indefensión del ser humano y que a veces somos
los propios países de acogida los causantes directa o indirectamente de esa
diáspora.
Decía el escritor
colombiano Gabriel García Márquez: “Yo creo que todavía no es demasiado tarde
para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”. Seamos capaces
entonces, con lo mejor que tengamos, de hacer realidad la utopía de Gabo.
Porque estamos ante un problema que nos concierne a todas, a ti y a mí.
Señalábamos que se trata
de un problema de democracia y no porque sea tremendo —que lo es—, no porque
sea terrible el sufrimiento de tantas personas inocentes —que lo es—, sino
sencillamente porque pone de manifiesto que seguimos siendo incapaces a día de
hoy de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y de recomponer
Estados fallidos que en muchos casos son consecuencia de procesos poscoloniales
y neocoloniales que emprenden países y transnacionales de nuestro Norte, en
búsqueda de intereses propios.
Porque este drama también
evidencia que en muchas ocasiones los gobiernos de la Unión Europea han
sido cómplices por acción u omisión, que no hemos sido suficientemente
conscientes y corresponsables de la situación que se vive en Siria, Oriente
Medio, Libia y tanto otros tantos países necesitados de soluciones a sus conflictos.
Que nos hemos despreocupado del origen. Por eso es urgente recuperar la
política pública de cooperación al desarrollo en origen que se ha desmantelado
de manera significativa en los últimos años, salvo en honrosas excepciones,
como denuncian las ONGDs.
En un mensaje a Europa,
donde este año han entrado por las rutas del Mediterráneo más de medio millón
de refugiados e inmigrantes, ACNUR transmitió que la mejor manera de afrontar
este desafío es a través de la cooperación internacional y del reparto de
personas. Y es que en un continente con 500 millones de habitantes, 5.000
personas que llegan a diario es un número muy significativo, pero manejable si
se plantea correctamente.
Asimismo, cuando algunos
gobiernos hablan de voluntad para garantizar protección internacional a quien
cumple los requisitos para solicitarla hay que recordarles que esta es una
obligación del derecho internacional. Por tanto no hacen nada más que cumplir con
la legislación vigente, la
Declaración de los Derechos Humanos, la Convención de Ginebra y
nuestra propia Constitución que recoge dicho marco normativo.
También es importante recordar
que aún está viva en nuestra memoria colectiva la solidaridad que otros
mostraron con quienes también tuvieron que huir de España con la guerra civil y
posterior persecución y represión franquista que se sufrió nuestro país
(800.000 personas se desplazaron huyendo a Francia y Latinoamérica). Por lo tanto,
dar la espalda a quienes hoy lo necesitan se convierte en sí en una insultante
e insolidaria paradoja.
Todas estas razones enunciadas
parecen más que suficientes para poner fin al drama de los refugiados, de
los millones de personas desplazadas que han llegado a Europa y continúan
huyendo de la guerra y la muerte, y nos obligan a garantizar el riguroso
cumplimiento de los Derechos Humanos y de los valores fundacionales de la Unión Europea. No
podemos aceptar como inevitables las tragedias humanas que viven los refugiados,
ni la muerte cotidiana cuando se trata de cruzar el Mediterráneo o una frontera
terrestre oculta en un camión.
Frente a las actitudes
xenófobas, amparadas por las intolerables e irresponsables declaraciones de
altos cargos políticos como el primer ministro húngaro o el Ministro del
interior español, conviene aclarar que
si el gobierno del Presidente Rajoy, tras su vergonzante actitud y regateo, evoluciona
en su postura inicial tras la presión de otras administraciones y, sobre todo,
de las organizaciones sociales y de la opinión pública, y acepta la cuota que
le indica la Comisión
Europea , las personas a quienes acogeremos no supondrán ni el
0,036% de la población de nuestro país. Por tanto, no podemos comprar ese
discurso de “primero los de aquí” porque quienes lo venden han demostrado con
sus políticas que se olvidan de las personas, de las de aquí y de las de allí.
Es obvio que estamos ante
una cuestión que nos atañe a todas, así que contribuyamos con decisión, con
iniciativa y desde la mejor disposición a ser parte de la solución. Exijamos
que nuestro Gobierno actúe ya, por ser quien tiene las competencias en la
materia, y ponga en marcha un plan urgente de acogida y que nuestros ayuntamientos,
diputaciones y gobiernos regionales muestren su disposición a seguir
colaborando. Tenemos la obligación moral y la oportunidad de trabajar juntos,
porque se trata de una cuestión de estado, para que la denostada y mal usada
“Marca España” vuelva a estar unida a la solidaridad y a la legalidad.
Apoyemos también a las
entidades sociales especializadas en la materia (ACNUR, CEAR, Cruz Roja, ACCEM,
etc) para demostrar una vez más que somos una sociedad acogedora y solidaria
ante una crisis humanitaria sin precedentes. Todas ellas se han mostrado muy
críticas respecto a la respuesta dada por la Unión Europea y
España que califican de insuficiente y descoordinada. Reclaman que los países
de la UE no están
actuando en base a los tratados internacionales y europeos, ni con respeto a
los derechos humanos.
Además, la respuesta que
demos cada uno de nosotros a esta crisis tendrá que ver con los valores reales
en los que fundamentemos nuestra convivencia. Tenemos la oportunidad de hacerlo
mejor, tenemos la obligación de hacerlo mejor porque eso marcará el nivel moral
de nuestra sociedad.
Apelemos a la esencia de
la democracia, a la idea de que el otro es igual que yo; aunque no lo sea formalmente
en igualdad de oportunidades, economía o suerte en su nacimiento, De ahí viene
esa máxima ética universal que popular “no hagas al otro lo que no quisieras
que te hicieran a ti”. Piensa que Aylan Kurdi podía haber sido tu hijo, el de un
familiar o el de algún amigo. O podrías haber sido tú mismo.
Tenemos una oportunidad
única para, como ciudadanía, reivindicar y hacer política en estado puro, con
mayúsculas. El mundo en el que vivimos cambia cada día en nuestros barrios y en
nuestras ciudades. El momento actual nos exige comprensión y altura de miras
pensando en nuevos paradigmas de convivencia que hemos de ir tejiendo a diario
no para buscar el mundo ideal, que seguro que no existe, sino para contribuir
al mejor mundo posible.
Por último, me gustaría compartir
esta frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano: “El código moral del fin del
milenio no condena la injusticia, sino el fracaso”. Desde este altavoz que me
brinda Arrebol grito que no fracasemos en esta lucha común contra la
injusticia.
Este miércoles
subimos al blog más que un certero artículo (que lo es el de nuestro compañero
arrebolero José Luis Escudero) un recordatorio a nuestras conciencias para que no
se nos pase, no olvidemos pronto la situación de miles y miles de refugiados
que siguen llegando a nuestras fronteras y que tras los minutos que les otorgó
la televisión, corren el riesgo de que su drama pase a ese oscuro rincón del
silencio donde van a parar las causas que creemos que no nos atañen. Muchas
gracias, José. Sigamos en esto entonces: condenemos la injusticia, no el
fracaso.