Siempre he pensado que no es posible
desvincular la política de la
Historia de la
Humanidad y de la relación de los seres humanos con todo lo
que sucede a su alrededor. Porque, al fin y al
cabo, la política es el arte de persuadir, a través de medios lícitos,
definidos según el punto de vista occidental, al prójimo de que nuestra idea es
la mejor y es la que debe llevarse a cabo.
La política ha utilizado multitud de
instrumentos para llevar a buen puerto los fines que pretende obtener. La
arquitectura ha sido uno de ellos, puesto que ha servido como herramienta de
propaganda clave, además de moldeadora y transformadora de la sociedad a la que
ha ido dirigida. Ya desde el Imperio Egipcio, Grecia, Roma y las catedrales
góticas, la arquitectura ha simbolizado el poder de multitud de instituciones
políticas, tanto civiles (emperadores o reyes) como religiosas (Papas u
obispos). También, en el siglo XX, la arquitectura y el urbanismo fueron
utilizados por los regímenes totalitarios para demostrar su poder, obsesionados
en la imitación de los estilos históricos (neoclásicos, neogóticos).
Como tampoco es objetivo de este artículo
hacer un repaso de la relación de todas las obras arquitectónicas y monumentos
de la Historia
con su simbología política, a continuación haré un análisis, tan profundo como
me sea posible, de algunas de estas pequeñas muestras de riqueza y poder de la
clase dirigente del momento:
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El Parlamento de Hungría
Esta obra arquitectónica, proyectada por Imre
Steindl, es uno de los más bellos edificios del mundo, y uno de los mayores en
su género, por detrás de las asambleas nacionales de Rumanía y Argentina. Fue
construido entre 1885 y 1902, y representa el gran poderío económico y cultural
que representó el imperio austro-húngaro de finales del siglo XIX. Su
construcción, bajo el reinado del emperador Francisco José I de Austria y el
gobierno del primer ministro húngaro Kálmán Tisza, fue el resultado de la
adquisición, por parte de Hungría, de más independencia y de la creación de la
ciudad de Budapest tras la unión de tres ciudades (Buda, Pest y Óbuda).
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La estatua de la Libertad
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La Torre Agbar
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La Catedral de Notre- Dame
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La ciudad de
Nuremberg
En los
planes urbanísticos y arquitectónicos de Nuremberg aún se percibe la huella que
dejó el nazismo durante siete años. Algunos de los lugares más representativos
del movimiento nazi serían el Estadio de Nuremberg, escenario predilecto de
Hitler para celebrar sus multitudinarias marchas y concentraciones partidarias,
desfiles militares y manifestaciones de las organizaciones parapoliciales; o el
recinto que alberga hoy el museo y el centro de documentación del régimen, que
fue construido a semejanza del Coliseo de Roma. Además, aún pueden contemplarse
los monumentales edificios, grandes plazas y anchas calles, que debían plasmar
la invencibilidad del movimiento nacionalista alemán.
A parte
de las obras y monumentos arquitectónicos que he nombrado, también habría que
mencionar la Ciudad Prohibida de
Beijing, el monumento al Valle de los Caídos, la actual sede del Parlamento de
Rumanía o el Palacio del Infantado de Guadalajara. En todos ellos, la clase
dominante de la época ha querido mostrar su poder y riqueza mediante la
arquitectura, siendo utilizada como medio propagandístico para manipular las
clases menos pudientes y socializarles en valores y creencias afines a las
clases dominantes. Evidentemente, estas manifestaciones de endiosamiento
autoritario sólo pueden darse en circunstancias de crisis político-económicas,
por lo que el remedio para evitarlas es fortalecer los recursos democráticos de
la sociedad y las instituciones que tiendan a una equiparación de derechos y de
libertades fundamentales y las igualdades económicas.
Este interesante artículo ha sido escrito por Anna
Ladrón. Esta joven politóloga, como muchos de nosotr@s, no ha nacido en
Guadalajara, pero por unas razones o por otras su vida ha terminado ligada a la
de la Alcarria.
Gracias por esta otra mirada. Al final, casi todo tiene que ver con decisiones políticas, buenas y malas. También la arquitectura de
la ciudad, aunque nos escudemos en la tecnocracia.