ALIENADOS
Miro la
fotografía. La mirada del niño retratado transmite la misma inocencia infantil
que la de cualquier otro niño en cualquier otro lugar del mundo y, sin embargo,
la escena deviene insoportable al contemplar el rifle de guerra que ese niño
sostiene con sus diminutas manos.Esa
imagen, escandalosamente dramática a este lado del planeta, deviene inadvertida
en aquellos países en estado de guerra permanente, donde la esclavitud y la vulneración
de los derechos humanos resultan algo cotidiano.
Sucede
en todos los órdenes de la vida. Basta
que el embrutecimiento de los hombres sea constante para que acabe adquiriendo
grado de normalidad, ese momento fatal en que los hombres quedamos alienados
para asumir como normales aquellas cosas que no lo son.
En este lado ventajoso del planeta tampoco
somos invulnerables a la alienación embrutecedora. La habitualidad en
las cosas, las justas y las que no lo son, distorsionan nuestra percepción de
la realidad, nos impiden avanzar hacia sistemas de convivencia más avanzados, y
nos mantienen cerca de las bestias cuando no nos confunden irremediablemente
con ellas.
El mundo no es hoy más convulso que ayer, porque también
ayer preexistían las mismas causas por las que la FAO prevé que la situación de
hambre crónica en 2012 pueda afectar a más de 1.040 millones de personas en el
mundo. No es hoy, como no lo era ayer,
una realidad por nosotros desconocida, pero es la misma tragedia repetida con
la que hemos aprendido a vivir, alienados, con pasmosa sumisión y complacencia.
El mundo occidental se ha convulsionado
porque el quehacer embrutecedor de los hombres ha desplegado sus efectos en un
lugar del mundo donde el bienestar era la norma, al igual que la miseria lo era
del tercer mundo. Eso nos descoloca. Pero no, el mundo de hoy no es peor que
el de ayer.
Este
tsunami financiero que amenaza en Occidente con hacernos involucionar hasta lo
indecible, nos aboca a discusiones eternas sobre la prima de riesgo, rescates y
recortes que algunos –los más brutos, egoístas e incultos- utilizan para librar
su particular batalla ideológica, aquella que pretende despojar a la política
de toda humanidad. Pero en la ola de
indignación que recorre Europa tengo la convicción de que la única solución
posible tiene que emanar de una revolución humanista, de un posicionamiento
intelectual, de una quiebra de esa alienación que nos permita a los hombres,
lejos de reproducir los mismos errores, pasar por la vida como personas libres,
dignas y plenamente humanas.
La resolución de los problemas que sobre
esta crisis sistémica puedan ofrecernos los economistas no será nunca una
solución plausible si no va impregnada de una alta dosis de humanidad. El hombre del siglo
XXI que ha alcanzado Marte no puede excusarse ante la Historia pretextando que
otro mundo más justo no es posible; tenemos sobrados motivos para sostener que
no es una cuestión de posibles, sino de conjunción de voluntades.
Abrir
los ojos y escapar de nuestro letargo es, en esencia, nuestro principal reto.
Porque no, este mundo no es peor hoy que
ayer.
Este artículo ha sido escrito por Víctor Gil. Este
joven padre y abogado, fue unos de los fundadores de la Asociación Arrebol
y su primer presidente. A él, le debemos una parte del entusiasmo para poner en
marcha la misma. Muchas gracias por tu reflexión y compromiso.