La participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida es un
planteamiento incuestionable para el logro de la igualdad plena. Es conveniente
señalar que, en no pocas ocasiones, la participación tiende a confundirse con
la mera presencia de mujeres, lo cual, aún siendo valioso, no es necesariamente
transformador. Para promover cambios tangibles y sólidos la participación de
las mujeres ha de ser comprometida, haciendo valer sus necesidades,
expectativas y derechos de ciudadanía, así como aportando sus particulares
puntos de vista, sin claudicaciones ni chantajes frente al patrón universal del
género masculino (el cual, por nuestro proceso de socialización, tenemos
interiorizado tanto hombres como mujeres).
Para avanzar hacia la igualdad, todas las esferas de los seres humanos
deben transformarse de manera paralela y armónica, tanto en lo que atañe a lo
social y comunitario como en el compromiso individual de cada persona. Pero si
hay una parcela desde la que pueden promoverse cambios profundos y estables esa
es la de la política.
Ciertamente el ejercicio tradicional del poder es intrínseco al
patriarcado. Es difícil imaginar los espacios de poder sin competitividad y
verticalidad, por no hablar de cómo se estructura el tiempo en ellos, relegando
las tareas personales y familiares a un segundo, por no decir despreciable,
término. Así las cosas, el poder y una de sus manifestaciones más cívicas, la
política, suele discurrir por unos cauces poco amables para las mujeres, que
para sobrevivir suelen metamorfosearse con lo masculino o en otros muchos
casos, acabar desistiendo de su dedicación pública por falta de tiempo,
recursos y comprensión (incomprensión que a veces surge de las mismas mujeres
mal “empoderadas”, pues el buen empoderamiento no se limita a asumir el poder y
demostrar que este se puede ejercer tan bien – o tan mal- como tradicionalmente
lo han venido desarrollando los hombres, sino que conlleva una verdadera toma
de conciencia encaminada a feminizar el poder, haciendo que en este se vea
reflejado todo el potencial de la mitad de la población. Y en este propósito es
muy positiva la presencia de mujeres conscientemente empoderadas, así como de
hombres empeñados en hacer política fuera de los parámetros patriarcales).
Hace ya cinco años, se celebró en Cádiz la II Cumbre Europea de
Mujeres en el Poder, recordando aquella primera que tuvo lugar en Atenas en
1992. También ese año se conmemoró el 15º aniversario de la constitución de la Plataforma de Acción de
Beijing, una cumbre emblemática que marcó un antes y un después en la historia
reciente del feminismo. En Beijing se señalaron claramente cuáles eran los
obstáculos hacia la igualdad, pero también qué había que hacer para superarlos.
Sin embargo, muchas de las metas que se
marcaron hace ya veinte años todavía no se han alcanzado, pues
aún falta mucha implicación, especialmente de algunos poderes públicos, para
remover definitivamente los problemas que impiden la igualdad plena entre
hombres y mujeres.
Un lustro más tarde, los acuerdos de esta Cumbre siguen aún más vigentes
que nunca, por mucho que los poderes reaccionarios deseen transmitir la idea
que el feminismo y sus reivindicaciones son veleidades de segunda categoría
frente a otros asuntos prioritarios como los económicos. La igualdad es un
valor absolutamente transversal que no puede mantenerse al margen de la
economía; al contrario, las políticas de austericidio, como acertadamente las
ha calificado el profesor Krugman, han provocado el aumento de las
desigualdades sociales en general y de las desigualdades de género en concreto,
incluyendo el incremento de la tasa de pobreza femenina.
La igualdad de género nos afecta a
todos y todas: a los gobiernos, a los agentes sociales y económicos, a los
medios de comunicación, a las instituciones académicas y científicas y por supuesto,
a los hombres y mujeres en el ejercicio de su responsabilidad individual. De
ahí la importancia de que las mujeres se comprometan a liderar los procesos de
transformación social , pues así será más fácil incorporar la dimensión de
género en las respuestas frente a la crisis económica y de empleo y también promover la igualdad entre hombres y mujeres
en el ámbito de la
Política Exterior y la Cooperación
Internacional.
No me cabe duda de que la sociedad debería salir más reforzada y unida de
esta profunda crisis, pero si no sale más igualitaria pocas cosas reales habrán
cambiado.
El domingo
celebramos, y nos alegramos mucho de poder volver a hacerlo, el Día Internacional de la Mujer como cada 8 de
marzo. Este brillante artículo de Paquita Franco, queremos que vaya
expresamente dedicado a todas aquellas y aquellos que desprecian el feminismo pensando
que la igualdad ya está suficientemente conquistada. Convencidxs de que es la
revolución más transformadora que nos queda por comenzar.