Sello conmemorativo diseñado para la reciente canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII
UNA IGLESIA
PATRIARCAL: JUAN XXIII Y JUAN PABLO II EN LOS ALTARES
Los procesos revolucionarios suelen producirse con
gran celeridad y en cortos periodos de tiempo. Luego viene una etapa de
asimilación y sedimentación de los cambios, a la que sigue un largo tiempo de
restauración, e incluso de involución.
Esta teoría creo que es aplicable a la Iglesia católica en el
último medio siglo y se va a ejemplificar en la ceremonia de canonización de
Juan XXIII y de Juan Pablo II el próximo 27 de abril en la plaza de san Pedro,
donde quizá coincidan cuatro papas: los nuevos santos, Benedicto XVI y
Francisco. Los tres primeros tienen en común un acontecimiento central en el
catolicismo reciente: el concilio Vaticano II, que, sin embargo, fue vivido,
interpretado y aplicado de forma diferente.
Juan XXIII puso fin a 15 siglos de cristiandad,
quiso terminar con la larga etapa de anatemas contra los avances científicos,
las revoluciones sociales, el pensamiento moderno, los derechos humanos, el
recurso a los métodos histórico-críticos, etc., y abrió el camino para
recuperar el cristianismo evangélico. En los primeros noventa días de
pontificado, ya “había abierto de par en par las ventanas del Vaticano” a los
aires de la modernidad e iniciaba un cambio de paradigma, cuyos hitos más
importantes fueron: a) el Concilio Ecuménico Vaticano II, ejemplo de aggiornamento, pluralismo ideológico, libertad de expresión, diálogo y búsqueda
del consenso entre posiciones ideológicas enfrentadas; b) la encíclica Pacem in terris, que incorporaba a la Doctrina Social de
la Iglesia
los derechos humanos, proclamados15 años antes por la ONU. Era su testamento
espiritual.
Pablo VI continuó el Vaticano II, fomentó el ecumenismo
y abrió la Iglesia
a los grandes problemas de la humanidad con sus viajes a la India y Oriente Medio y sus
intervenciones en los organismos internacionales. Demostró una especial
sensibilidad hacia la pobreza y al compromiso con la paz y la justicia en la Populorum progressio. Pero con él comenzó la
involución ya en el propio Vaticano II al vetar el tratamiento de temas como el
sacerdocio de la mujer e imponer en la Constitución Dogmática
sobre la Iglesia
un texto que supeditaba la colegialidad episcopal al dogma de la infalibilidad
del papa. En la encíclica Humanae vitae
prohibió los métodos anticonceptivos. Permitió
los procesos contra los teólogos nombrados por Juan XXIII asesores del
concilio: Häring, Schillebeeckx y Küng.
El proceso de involución continuó con Juan Pablo II
y culminó con Benedicto XVI. Juan Pablo II tenía cierto parecido con el dios
Jano bifronte. Mientras publicaba encíclicas sociales en las que denunciaba la
alienación de la clase trabajadora y las relaciones internacionales, y
criticaba severamente el capitalismo. Mientras condenaba la teología
latinoamericana de la liberación y algunos de sus principales cultivadores y
amonestaba a Ernesto Cardenal, daba la comunión al dictador chileno Pinochet.
Promovía encuentros con líderes de otras religiones, al tiempo condenaba la
teología del pluralismo religioso en la Instrucción Dominus Iesus. Dichas actuaciones represivas
contaron con el asesoramiento ideológico del todopoderoso cardenal Ratzinger
como presidente de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Juan XXIII no ha tenido las mejores compañías en los
procesos de beatificación y canonización. La beatificación fue compartida el
año 200 con Pío IX, autor de la más severa condena del modernismo a través del Syllabus. ¡Un papa reformador y en diálogo con la
modernidad compartía la subida a los altares con otro contrarreformista y
antimodernista! En su canonización coincidirá con Juan Pablo II, un papa que no
siguió precisamente el camino de la reforma, sino de la involución.
Hay un tema en el que coinciden todos los papas del
último medio siglo: la marginación de las
mujeres en la Iglesia
católica. Juan XXIII reconoció el importante papel jugado por las mujeres
en la sociedad, pero les cerró las puertas a las responsabilidades eclesiales.
Pablo II en la
Declaración Inter insigniores, declaró que no era
admisible ordenar sacerdotes a las mujeres
ya que Cristo solo escogió sus apóstoles entre varones. Juan Pablo II lo
reiteró en la Carta
Apostólica Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a
los hombres. Benedicto XVI y Francisco han ratificado el
planteamiento excluyente y discriminatorio de sus predecesores. Solo Juan Pablo
I supuso una esperanza para las mujeres, al menos en la imagen de Dios: “Dios
es padre; más todavía madre”. Pero su pontificado duró solo 33 días.
El patriarcado sigue gobernando en la Iglesia católica, aunque
en las bases cristianas se vive la comunidad de iguales sin discriminaciones
por razón de género. Es la comunidad de iguales la que debe generalizarse, y no
la Iglesia de
las canonizaciones del 27 de abril, que constituye la mejor encarnación de la
masculinidad hegemónica y discriminatoria de las mujeres en sus ritos y en sus
celebrantes y concelebrantes: dos papas, 150 cardenales, 700 obispos, 6000
sacerdotes, todos ellos varones revestidos de poder un sacramental y
eclesiástico, que dicen haberlo recibido de Dios por la imposición de manos,
cuando la mayoría de las veces se ejerce como un poder terrenal administrado
autoritaria y patriarcalmente, sin legitimación ni representación popular
alguna.
Este miércoles subimos este oportuno artículo del
teólogo Juan José Tamayo-Acosta. El profesor Tamayo, “hijo adoptivo” de
Guadalajara gracias a la Fundación Siglo
Futuro y particularmente “por culpa” de nuestro querido Juan Garrido, es uno de
esos pensadores de nuestros tiempo, de nuestro país que al menos en un momento
de nuestras rápidas vidas hay que decelerar para leer alguno de sus libros con
detenimiento y reflexión. Aquí os indicamos sus dos últimos libros
por sí os sirve nuestra recomendación: Invitación
a la utopía (Trotta, 2012) y Cincuenta intelectuales para una conciencia
crítica (Fragmenta, 2013).