CRISISTIR
MENTALMENTE
Los convulsos tiempos económicos que vivimos y que todo lo arrasan no
dejan apenas resquicio para CRISISTIR MENTALMENTE
No nos sirve el “válgame dios” ni el llevarnos
las manos a la cabeza en la que la crisis está haciendo estragos. La desesperanza y este contexto de
inseguridad que estamos viviendo constituyen un cóctel explosivo para el
bienestar de la mente, para resistir emocionalmente.
Además de los
datos macroeconómicos que los medios nos recuerdan todos los días, como la
prima de riesgo, la deuda pública y privada, la inflación o el déficit, uno de
los efectos más notables de la crisis, porque afecta directamente a las
personas, es la alteración de la salud, y especialmente las consecuencias que
está teniendo la crisis en la salud mental. Asuntos tan del día a día como la inseguridad en el trabajo, el
desempleo, el no poder pagar la hipoteca, el no poder hacer frente a los gastos
originados por los hijos u otras cargas familiares, y otros aspectos cotidianos
que hacen que muchos no puedan llegar a fin de mes, están teniendo ya su
secuela en la salud.
Tocamos esta merma en la salud en el mayor
consumo de psicofármacos, en el aumento del estrés, el aumento en el índice de
suicidios, el incremento en el consumo de alcohol y otras drogas, la mayor
frecuencia en el uso de los servicios sanitarios, el aumento también de
enfermedades infecciosas o la mayor incidencia de la depresión…
Pongamos algunos ejemplos. Dejando aparte el evidente impacto del paro
sobre la salud mental tampoco ésta se mantiene en perfecto estado para los
trabajadores en activo. Ante la crisis, muchas empresas han reducido su
presupuesto en seguridad y salud, lo que deteriora las condiciones de trabajo e
incrementa el riesgo de accidente y enfermedad profesional. La incertidumbre laboral, consecuencia de
procesos de reestructuración de empresas en los que se recortan las plantillas,
tiene un impacto sobre la salud no sólo de las personas que pierden su trabajo,
sino también de las que continúan trabajando. Aumentan los trastornos
ansioso-depresivos relacionados con la incertidumbre sobre el futuro laboral,
hay más conflictos entre compañeros, más volumen de trabajo al reducirse la
mano de obra que la que exige el trabajo. Fumamos más y tenemos más problemas
en el entorno familiar.
Y aunque la crisis económica afecta tanto a los hombres como las
mujeres, se nota más en ellas. Con
anterioridad a la crisis, las mujeres ya partíamos de una situación de mayor
dificultad de acceso a un empleo de calidad que los hombres, trabajábamos con
más frecuencia en los sectores donde las condiciones de empleo son más
precarias (como el servicio doméstico), teníamos salarios más bajos y una mayor
carga de trabajo en el ámbito doméstico. Todas estas condiciones empeoran con
la crisis y se asocian a un impacto negativo en la salud.
¿Y los niños? ¿Y nuestros mayores?
Aunque no se reflexione normalmente sobre esto, la población infantil
es especialmente vulnerable a los efectos de esta crisis porque se aumentan las
desigualdades sociales, y estas en la primera infancia son predictoras de
desigualdades en la salud en la vida adulta
por las diferencias en el desarrollo físico y psicológico y por el nivel
de estudios que se alcance. Además, los
resultados profesionales de los adultos dependen de la calidad de la enseñanza
recibida en el colegio en los primeros cinco años. Los niños y niñas de clases
más desfavorecidas tienden a tener peores resultados escolares y, en
consecuencia, en la edad adulta su situación laboral y sus condiciones de trabajo
son peores y sus ingresos más bajos.
Las personas mayores son también muy vulnerables a los efectos de esta
crisis. Desde luego, la pobreza es un obstáculo para un envejecimiento activo y
saludable. Las políticas que disminuyen los ingresos de las personas mayores
conllevan un deterioro de la calidad de su alimentación, y disminuciones de su
participación social y actividad física, con consecuencias negativas para su
capacidad funcional y con un previsible aumento de la dependencia.
Este panorama nos dibuja un mapa
decepcionante. Parecemos gotas de agua a capricho de una corriente a la que es
imposible controlar. Sin embargo, sabemos que el efecto de la crisis en
nuestra salud depende mucho muchísimo
del contexto institucional, especialmente del estado de bienestar con sus
mecanismos de protección a los ciudadanos.
El que hemos disfrutado parecía que había
convertido en derechos irreversibles de todos nosotros el acceso a la
educación, a la salud y a las prestaciones sociales. En estos días en que todo se cuestiona y se revisa, estamos viviendo
movilizaciones sociales que pretenden evitar el desmantelamiento (ya no
encubierto desgraciadamente) que se está haciendo de ese estado del bienestar.
Tenemos que trazar entre todos una línea roja que el gobierno no traspase: la
que hace, entre otras cosas, que los enfermos mentales vivan su vida con la
dignidad que todos debemos tener, con su salud atendida.
Parece un contrasentido que en estos momentos en que la crisis afecta
tan directamente a la salud de las personas, sea cuando el gobierno reduzca las
ayudas a los que más lo necesitan, a los más vulnerables de la sociedad.
Crisistamos
Este artículo tan acertado ha sido escrito por Ana
Terol que además de madre, psicóloga, emprendedora y otras buenas facetas que
desempeña en su día a día, incluida la de ser muy buena amiga de sus amig@s, es
una persona tremendamente sensible a la indignidad que día a día nos termina
rodeando. A ella le debemos este contrapunto más humano, que nos acerca a ese día a día de los "dolores de cabeza" que nos llevamos a casa de manera muy
distinta cada uno de nosotr@s últimamente.